Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 1 de abril de 2018

El sentido del humor, el menos común de los sentidos


A un guionista de la serie ‘Allí abajo’, Sergio V. Santesteban, se le ocurrió publicar un tuit chistoso sobre los andaluces y le han lapidado en la plaza pública de Twitter. Han llegado incluso a pedir su despido. La propia productora que le tiene contratado en un primer momento le afeó su conducta y alguno de los actores de la serie también se sumó a la turba que cargó contra él. Al final tuvo que borrar el tuit y lamer la mano que le da de comer. La broma era la siguiente:

"La primera vez que escuché la Salve Rociera pensé que el estribillo decía: "Leo, leo, leo, leo, leo, leo”, pero luego caí en que era una canción andaluza y eso no podía ser".

Vamos, que con una indirecta muy directa llamaba incultos o iletrados a los andaluces. ¿Es un chiste gracioso? Para mi gusto no. Yo diría que es más bien un chiste malo, pero esto del humor es muy subjetivo y personal. Aunque en mis venas corre algo de sangre andaluza por parte de abuelo materno, no llega al punto de ofenderme ni hacerme odiar al tipo que escribió la gracia. Es más, no creo que haya cometido ningún sacrilegio como para pedir un escarmiento. Sobre todo porque ni es el primero ni el único que ha probado suerte con ese tipo de chistes.

En este país, y yo diría que en todos, las bromas sobre nacionalidades y territorios son corrientes. Esos chistes que empiezan con lo de “Esto es un inglés, un francés, un alemán y un español” son más viejos que el hilo negro. Seguro que recordáis alguno repleto de esterotipos en el que se presenta al inglés como borde prepotente, al francés como cursi y estirado, al alemán como cuadriculado y al español como un listo vividor. En aquellos lugares donde siempre ha existido rivalidad entre pueblos vecinos se cuentan los mismos chistes en uno y otro lado pero variando el nombre del tonto del chiste. Dependiendo de quien lo cuenta, el tonto es de uno u otro pueblo. De modo que los piques se resuelven a golpe de chascarrillo exagerado, igual que entre hombres y mujeres, yernos y suegras, altos y bajos, gordos y flacos... Son chistes con más o menos gracia que buscan, por un lado, arrancar una sonrisa y, por otro, provocar al que se siente aludido. Y ni todo un tsunami de defensores de lo políticamente correcto va a cambiarlo.

En Lepe tienen el estigma de ser protagonistas de muchos de los chistes sobre bobos y cabezones, y ahí los tenéis soportando estoicamente el estigma. Pero no son los únicos. Los catalanes están hartos de escuchar chistes sobre su tacañería y los vascos hastiados de que les pinten como bestias. Y no te digo lo que nos pasamos con los chinos, los italianos o los argentinos. Probablemente los españoles también seremos carne de cañón para los graciosos de otras nacionalidades.

Lo más sano, inteligente y seguro suele ser empezar por reírse de uno mismo. Os habréis fijado que cuando un andaluz bromea sobre los andaluces nadie se ofende ni pone una pega, por muy radical que sea el chascarrillo. Y pasa lo mismo  cuando un catalán se ríe de los catalanes, un vasco de los vascos e incluso una persona con discapacidad de las personas con discapacidad. Es como si tuvieran bula por escupir sobre sí mismos. Ese parecía ser el secreto de una serie como ‘Allí abajo’, que basa su éxito en explotar los tópicos territoriales y el contraste entre el norte y el sur, entre Euskadi y Andalucía, desde dentro. Sus guionistas están curtidos en esos argumentos, aunque midan al máximo los chistes para no herir susceptibilidades. Está visto que solo se pueden utilizar esos atajos de humor costumbrista dentro de una ficción o en la vida real analógica, pero no en el patio de Twitter donde, por cierto, siempre habrá alguien ofendido.

Desengañaos. La culpa de esta nueva tormenta no es de los monologuistas, humoristas, tuiteros y guionistas de comedia más o menos torpes, que no valoran convenientemente las consecuencias de sus bromas o que, por el contrario, se divierten tomándole el pulso a la red. La culpa es de Twitter. Aunque no lo parezca, en Twitter no hay sentido del humor. Si en los 90 hubiera habido Twitter, el señor Barragán no habría durado ni dos programas de No te rías que es peor

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